El rulo tenía un poco de sopa adherida, lo que hizo que se deslizase nuevamente hacia el líquido, y en ese momento Don Manolo arto de lidiar con un pelo, lo arrojó al suelo. Claro que en ese momento pasó Petro, el perro de la casa, y el rulo aprovechó para subirse al lomo. Con cada movimiento se iba internando en esa selva espesa, hasta que se encontró con Juanita, una pulga windsurfista. Lo vio tan erguido al rulo, que le propuso ser su mástil y el rulo aceptó. La pulga lo cargó arriba del hombro, saltó al suelo, y clavó al rulo en una hoja de eucalipto. Ya con la tabla armada, se fue hasta la palangana llena hasta la mitad y se puso ha hacer windsurf. Claro, la pulguita aprovechaba la correntada que se formaba cuando Josefa ponía a secar ropa en el Kohinoor y la descarga de agua iba a la palangana. El rulo comenzó a ablandarse con tanto masajeo a lo que la pulga decidió tirarlo al piso porque no le servía más. En ese momento Doña Josefa aplastó al rulo contra el piso y lo dejó pegado a su alpargata. Juntos viajaron hasta la verdulería, que en ese momento estaba desierta, entonces Josefa, aprovechó para llamar al dueño golpeando la suela de las dos alpargatas entre sí. El golpe hizo que el rulo volase hasta la silla de la verdulera. La verdulera luego de atender a Josefa, se sentó a sacar cuentas y apoyó su mullido trasero sobre el rulo. Justo el día anterior el brócoli había venido tan lindo, que a la verdulera se le había ocurrido hacer un revuelto con chorizo colorado, acompañado con un vinito en damajuana. El rulo todo apretujado, escucho una detonación amortiguada, que después distinguió como una flatulencia, por el olor asfixiante. La verdulera aún no satisfecha (se ve que habría quedado un resto), ladeó su cuerpo hacia un costado, provocando una estampida de poderosos gases, que impulsaron al rulo, cual hombre bomba, lejos del asiento.
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